domingo, 17 de julio de 2016

¡La Abuela!

Ese era el pueblo de su abuela, un pueblo de calles angostas y silenciosas, de habitantes taciturnos y descoloridos, un pueblo como cualquier otro, con una pequeña iglesia y los tres toques reglamentarios de la campana para la misa del domingo, con su pequeña plaza de mercado en una esquina y la música baja en cada una de las tiendas, con pequeñas fincas que no alcanzan a verse hasta estar dentro del bosque mismo, llenas de personas de pies descalzos y sucios, personas que nunca verán nada más que los montes verdes llenos de vida, personas que jamás sufrirían la desesperación de una ciudad inundada de ruidos y olores desagradables, personas que jamás conocerán un vocablo diferente al suyo y unas costumbres menos arraigadas pero tal vez más hermosas, que jamás verán otros rostros ni escucharían otras voces, personas comunes, personas con alma libre, personas con corazón gigante, de ojos brillantes y tristes a la vez, personas hermosas.
La casa blanca de la esquina, la que tiene un taburete de madera, solitario esperando a alguien que desee observar las cuatro calles del pueblo en toda su magnitud y belleza espera frente a la casa, esa es la casa de la abuela, una casa llena de habitaciones y olor a hornilla recién encendida, una casa en la que el único sonido es el cacarear de las gallinas y los pequeños pasos de cientos de pollitos buscando maíz, una casa perfecta llena de mil imperfecciones, una casa que cada junio se prepara para recibir vida, una casa visitada por un montón de personas diferentes pero hermosas con olores de ciudad y ánimos de descanso, una casa más de un pequeño pueblo.
La mujer de faldas largas, cabellos cenizos y sonrisa distraída es la abuela, la que deja su rastro por toda la casa desde el primer canto de los gallos y asomar perezoso del sol radiante, la que se viste de colores alegres y abre las puertas de su casa para dar la bienvenida al aire puro que viene del sur, la que se prepara para una jornada de trabajo en la que los cerdos y las gallinas son los protagonistas,  la que inunda el pueblo con aroma al mejor café, la que saluda al mundo y al mismo sol con un brillo en los ojos imperceptible pero eterno, la que prepara su corazón para recibir a todo el que quiera visitarla y la que se alegra inmensamente al escuchar el bus de las mañana llegar, porque sabe que allí viene su alegría, que en ese bus viene su raza, que en ese bus, lleno de olores de ciudad y ojos agotados por el viaje viene su estirpe, viene su amor, viene su familia.
Y allí está él, el jovencito de ropas pesadas y demasiado gruesas para el calor del lugar, que baja del bus de la mañana con una sonrisa en el rostro, es el nieto de esa abuela emocionada, que lo toma por el rostro, lo mira con ese brillo que solo él es capaz de reconocer , y lo toma en sus brazos como cuando era un pequeño y lloraba en busca de caricias, y lo besa como si no hubiera nada mas en el mundo, un chiquillo que dejo de ser chiquillo desde muchos años atrás, pero que ante sus ojos es el mismo que corría en pañales por las casa y gritaba canciones desesperantes;
Él, que venía soñando con ese momento desde un año atrás, y que al estar entre sus brazos supo que ese era el mejor y único lugar en el mundo en donde debería estar, en ese pueblo de calles angostas y silenciosas, en esa casa con el taburete de madera, con esa mujer hermosa de mil años, en ese abrazo eterno lleno sentimientos confusos pero perfectos y viendo ese rostro lleno de arrugas y lagrimas de amor, ese era su lugar, esa era su abuela y esta es su historia.

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