Ella era solo una niña, con sus hábitos sensuales, inocentes, pero al mismo tiempo exquisitos, ella lograba cautivarme de maneras que ninguna mujer había logrado jamás.
Se sentaba en mi aula, escuchaba mis lecciones con esa mirada tan inspiradora y esa sonrisa tan casta, hacía que volviera mil años atrás y quisiera ser joven de nuevo, hacía que quisiera ser parte de esa clase y estar sentado aprendiendo la lección y no dictándola, solo para tener el placer de mirarla desde el asiento.
Era exquisita, supremamente exquisita, jugueteaba con su largo cabello mientras hablaba, se reía a carcajadas exorbitantes que me dejaban sin aliento, era perfecta, no lograba imaginármela de otra manera.
¿Pero y quien era yo?
Yo solamente le daba lecciones una vez a la semana. No conocía nada de su vida, de sus amigos, donde vivía o que hacía en sus ratos libres, no tenía ni idea quien era ni porque estaba allí. No sabía que pensaba o porque sufría, lo único que sabía era lo que veía a diario, lo que podía percibir.
Yo era simplemente el tipo que se paraba frente a ella para exponer temas poco interesantes, solo era un personaje indiferente, un personaje más en su vida.
Pero es que ella hacia que mi mente volara y traspasara fronteras, hacía que me sintiera especial, completo, con ella pasaba de sentirme una minúscula partícula a el personaje principal de una historia de superhéroes.
Me inspiraba, sin saberlo a ser cada día mejor, a explorar y comprender cosas absurdas, cosas inimaginables. Debo aclarar que no pensaba en ella de manera sexual ni sensual, no quiero que mal entiendan, no pensaba en ella de alguna forma que pudiera dañarla, solo veía en sus ojos algo que me hacía sentir en paz, en mi lugar favorito en el mundo, en casa.
Yo solo era su maestro, ella era mi luz, mi colapso personal de estrellas, mi gris y pálido universo, mi sol, mi luna y para decepción de todos, solo mi estudiante.
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