Yo fui la segunda nieta de mi abuela, la segunda bebe de la familia, lo que debo admitir no fue mi mayor ventaja. Mi mama tenía solo 17 años cuando decidió traerme al mundo, no fue juzgada por hacerlo a una edad tan temprana hasta donde me han contado, además de que sé que con el fondo de su corazón, fue una decisión que definitivamente tomo de forma consiente y con todos sus sentidos.
Cuando digo que no fue mi mejor ventaja, me refiero a que aun siendo un pequeño y diminuto feto ya cargaba un peso sobre mis hombros, un tema que solo sería capaz de entender muchos años después.
Los embarazos en adolescentes son cada vez más frecuentes y penosamente evidentes, y si nos sentamos a ver detalladamente el panorama a cada paso que damos nos encontramos con una “pequeña” que ha decidido traer a otro pequeño al mundo. ¿Ha decidido? A veces me cuestiono si sería realmente una decisión o si fue más bien un descuido que termino en un ser viviente dentro de sus panzas.
De cualquier forma, en eso se define mi pesada carga, en no cometer el “error” que había cometido mi madre y mis tías, debo agregar en este punto que mis tíos tuvieron sus hijos cuando superaron los 30 y eso los convirtió en el orgullo de la familia, y no es mi intención que suene de forma irónica, porque los amo y son los mejores padres y esposos que he conocido. Pero seguimos en el punto de que sobre mis hombros pesaba el no quedar embarazada antes de una edad “prudente”, sea cual sea esa edad.
Por ello supongo que en mi cumpleaños 21 todos dieron un suspiro de alivio y un Eureka al aire porque no había bebes, y tampoco estaban en mis más cercanos planes.
Pero el punto con toda esta historia se resume en que ellos estaban preocupados por mí, y sé que si la historia fuera diferente y hubiera un pequeño niño gritando mi nombre en este momento no sería una desgracia mundial, ni mucho menos hubiera sido el deshonor de mi familia. Pero yo era consiente a pesar de su miedo, que esa no sería mi mejor jugada, que si definitivamente quería ser feliz, tenía que sentirme preparada y por ello estoy a puerta de graduarme como profesional, que si quería ser feliz debía demostrarme a mí misma que mi madera era otra y que mi destino estaba en otro lugar.
Sé que hay muchas mujeres que piensan igual que yo y que tienen unos ideales capaces de traspasar fronteras. Pero existen otras, y lo sé qué porque conozco a varias, que no proyectan lo que deberían y que tienen tanto potencial por explotar que es triste que se queden desempeñando un papel que tal vez no las haga felices. Salgan, diviértanse, viajen, rían, demuéstrense a ustedes mismas que la vida vale la pena, y que más allá de lo que la sociedad ha mostrado existe un mundo lleno de cosas y personas y momentos y lugares que las hará sentirse felices, sin dejar de lado su esencia y su magnífico ser.
Sean libres señoritas, libres de soñar, libres de sentir, libres de mostrarse como son, pero sobre todo sean libres para elegir lo que quieren y hacerlo realidad.
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